viernes, abril 25, 2008

Carta a un asesino

Buenos Aires, 23 de Abril del 2008.-


Volviendo por segunda vez en el año del Bajo Flores, imaginando que a esta suerte de publicación la titularía carta, y habiendo tomado la decisión de dirigirme directamente a vos (porque pienso tutearte, te aclaro), comencé a meditar sobre el encabezado. Si bien no soy amante de la escritura por naturaleza, ni me siento apto para expresar mis sentimientos mediante este medio, trato de establecer cierto respeto entre el emisor y el receptor, cada vez que me animo. Lo aprendí en la escuela, y agradezco al cielo no haberlo olvidado con el paso del tiempo. Sin embargo, procurando hacer una excepción y respetando, principalmente, a mis propios ideales, no podría tratarte nunca, por cuestiones lógicas, con la consideración y el acatamiento con el que suelo manejarme. Querido, estimado, considerado. Ninguna me cierra. Todo lo contrario. Esa lealtad que te mencionaba, me lleva a pasar directamente al nombre, aunque pensándolo bien, tampoco se quien sos. Me encantaría conocer tu identidad, por cierto. O simplemente, saber de donde saliste. ¿Qué hacías ahí? ¿Por qué disparaste?

Pecando de contradictorio, en realidad, preferiría no saber absolutamente nada de vos. Claro, si de elegir se tratara la vida, decidiría volver el tiempo atrás, y que este sencillo escrito sea un cuento, pura y exclusivamente de ciencia ficción. Sin embargo, y lamentando la dura realidad, acá estoy. Vos así lo decidiste. Ni el, ni yo. Vos lo determinaste. Tu cobardía condujo a mis palabras. Ese miedo del que gozaste para disparar desde el anonimato, me trae hasta acá. Tal vez, hasta el propio temor, sea el causante para no dar la cara.

Sin embargo, y con todo el desconsuelo del mundo, no soy quien para juzgarte. Tiempo al tiempo, asesino. La propia vida, en complicidad con el destino, se van a encargar, por si solos, de poner las cosas en su lugar. Estoy seguro. ¡Porque, te aviso!: No creo en la justicia, pero si en la vida. Si, en el de arriba. Seguramente, no seas condenado por la ley. Por esa maldita ley, que los ampara; a vos y a todos los tuyos. Quizás, esa sea la certeza, que a esta altura ya debes conocer, la que te lleve siglos de tranquilidad a tu conciencia. Porque, volviendo un poco a lo anterior; en la escuela me enseñaron también, entre otras cosas, el significado de la palabra “conciencia”. Llegado al caso de tener suficiente autorización para aclarar, te aclaro, que a veces pesa más que las propias leyes. Deberías saberlo. No interesarte, pero si saberlo.

Asesino; podemos discernir, que son enormes las chances que existen, de que sigas en libertad. ¡Si!, a lo mejor, camines por la calle, sin castigo alguno, por el resto de tus días. Mucho más en este país. Y no quiero caer en la demagogia, ni en el populismo absurdo. Vos y yo, estamos al tanto de las desilusiones constantes de nuestra patria. Intentando imaginar que fue lo que te encaminó a hacer lo que hiciste, pienso como opción, justamente, esa falta de valores por la vida que cada vez incrementa un poco más. De a poco, con el paso del tiempo, trato de ver las cosas de manera algo más objetiva. Aunque toda neutralidad se me desvanezca de la mente, cuando decido reflexionar que le quitaste la vida a un chico que la única falta que cometió, fue haber querido ver al amor de su vida. Repito e insisto. Es probable que estas líneas no tengan importancia para vos. Tu misión en este mundo pasará por otro lado, seguramente mucho más importante. Vaya uno a saber por donde. No tendría porque interesarte mi tristeza. Mucho menos mi opinión. Pero necesito expresarme. Tal vez no sea la forma adecuada, pero es la que única que encuentro para desterrar ese odio que te tengo.

No te pido explicaciones. No soy quién. Claro, que no. Ni siquiera lo conocía. Pero tiene familia y amigos. Ellos si merecen el pronto esclarecimiento. Acercate a ellos. Da la cara. Me contaron que, a esta altura, él sabe porque lo hiciste. No lo comparte bajo ningún punto de vista, claro. Pero lo sabe. Dicen los expertos del tema, que allá arriba se perdonan las cosas que acá no. Y rumorean también que lo primero que hizo cuando llegó al cielo, fue preguntar como había salido su querido Vélez. Pero de inmediato cuestionó porque lo habías matado. No debe haber tardado mucho el “barbudo” en darle todas las explicaciones del caso. Seguramente, él, hoy por hoy, cuente con esa tranquilidad que no contamos nosotros. Acá abajo, todavía, nos seguimos preguntando como existe gente como vos.

Atentamente…


Pablo Carrozza
pablo.carrozza@hotmail.com

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